La Personalidad
2° Parte
Para que la personalidad cumpla
al máximo con su cometido de escudo, debe identificarse al máximo con el Yo
Superior al que protege. Existen dos formas de identificación.
- Una
identificación-espejo que se vuelca hacia el exterior y que refleja todo lo que
del exterior le llega.
- Una
identificación-imagen o reflejo, que se vuelca hacia el interior y refleja el
propio Ser.
Para imponer unidad dentro de
esta variedad de principios, hace falta indudablemente “conciencia”, para
armonizar las acciones de todos estos componentes humanos, en base a una
finalidad común. El cuerpo físico,
que es el elemento de manifestación más concreta en el mundo material y está
compuesta por sus diferentes órganos, aparatos y sistemas, muy inteligentemente
elaborados se rige más por el “instinto”,
que es una ley que permite la supervivencia de la manifestación inconsciente. No
existen “los bajos instintos”, pues
tendríamos que hablar también de su contraparte, que serían los “altos instintos”. Lo que existe es una
distorsión de los instintos por la mente trastocada y las emociones o pasiones
confundidas, que interfieren en el instinto de manera egoísta e inapropiada.
La vitalidad, que constituye parte de la energía universal que da el
aliento de vida a la manifestación, en donde radican las “sensaciones”, mientras que el tercer cuerpo, las emociones y las pasiones son diferentes
a las sensaciones. Una emoción genera una pequeña desarmonía en nuestra psique,
ya sea positiva y negativa, mientras que la pasión es mucho más intensa que la emoción
y distorsiona, por lo general, negativamente la conducta del hombre, pero, la mente es la gran regidora por
principio, ya que estamos hablando de una mente
dual, basada en los pares de opuestos, en esta mente radican la razón, la lógica, el intelecto, más
no la inteligencia (se considera que la
razón y la lógica, así como el intelecto deben ser instrumentos de la
inteligencia).
Por más intelectual que una
persona sea o erudito no necesariamente podemos considerarla inteligente; ser
intelectual no es igual a ser inteligente. A esta mente, como sabemos se le ha
denominado en sánscrito “rúpica” o condicionada; menciona el conocimiento trascendente, que es “la gran destructora de lo real”, y citando
a Elena Petrovna Blavatsky: “la
mente es la gran destructora de lo real, destruya el discípulo a la destructora”,
se refiere obviamente a esta mente dual, que tiende a confundirnos y en muchos
casos, nos hace perder el sano juicio o el recto discernimiento.
Para imponer unidad dentro de
esta variedad de principios, hace falta indudablemente “conciencia”, que
armonice las acciones de todos estos componentes humanos, en base a una
finalidad común. Así, entonces, la
identidad de la personalidad con el propio Yo Superior, y la unidad en su
diversidad, son logros de la evolución paulatina de la humanidad y su despertar
conciencial.
Dijimos que “personalidad” es máscara y comparamos
su cometido como el de un escudo. Si el escudo se realiza como tal; si cumple
con su función de reflejar al Ser Superior que lleva dentro, es decir, de
convertirse en una identificación-imagen, entonces, se ha plasmado la verdadera
personalidad. Pero si se queda simplemente en una función de máscara que cubre,
es decir, identificación-espejo, pero que no refleja, cabe el peligro de la
falsa personalidad, y de las muchas máscaras que pueden asumirse según las
circunstancias, sin arribar jamás a una autenticidad.
Pero si esta máscara fuese poca
cobertura, suele producirse el fenómeno de la sobre-personalidad, que aun endurece más la distancia entre el Yo
Superior, que necesita expresarse, y el mundo exterior en el cual debe
manifestarse.
Entonces, no se manifiesta el “individuo” (lo indiviso, la unidad). Esta
sobre-personalidad, a veces es el
resultado de un intelectualismo, exceso de ilustración, culto a la razón, todo
esto sin la intervención de la inteligencia, ni del conocimiento trascendente y
así, con los años, nos aferramos cada vez más a lo que decimos “esa es mi forma de pensar, de actuar”.
Esto se da sobre todo por las
experiencias en la vida que han sido mal interpretadas y que generan en
nosotros una coraza protectora que con los años se hace cada vez más dura, cerrándose
en falsos principios, falsas aceptaciones, falsas interpretaciones del mundo
exterior y sobre todo no permite una elasticidad necesaria para seguir
creciendo, “creemos que ya todo lo conocemos” y que “somos dueños de la verdad”,
impidiéndonos aceptar nuevos conocimientos y mucho menos generar una
transmutación alquímica interna, que se basaría en una destrucción del mundo de
la sobre-personalidad, para la
reconstrucción de un nuevo mundo (como diría Hermann Hesse: “para construir un
mundo hay que destruir un mundo”), cuya característica sería la elasticidad y
la disponibilidad de seguir aprendiendo contantemente y generando ajustes
internos necesarios para permitirnos la ampliación de la conciencia y la
manifestación del Ser Superior.
¿Qué es en sí ésta sobre-personalidad? Es el resultante de
un conjunto de normas de conducta, hábitos morales, sociales, etc. que se pegan
como lacras a la personalidad, sobrecargándola con principios que la
distorsionan más, que conste de que hemos hablado de hábitos morales y
sociales, es decir, de costumbres adquiridas sin conciencia de su utilidad, y
hemos hablado de normas de conducta dictadas en gran parte por la ignorancia,
que por el conocimiento del hombre.
Los hábitos de carácter
religioso, el concurrir a reuniones y festejos “porque queda bien y todos van”;
el derrochar el tiempo en necedades “porque eso es propio de los jóvenes” son
algunos de los muchos ejemplos que podríamos mencionar como factores
concurrentes a la formación de la sobre-personalidad.
Continuará…



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