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Educación permanente

Educación permanente

Segunda Parte

Le hace falta también al espíritu tener también, no solamente el aprendizaje directo de lo que pueden ser los antiguos textos o las convenciones de la ciencia, sino la posibilidad de recrear aspectos insospechados. Para eso era utilizado especialmente el teatro, que formaba parte de los Misterios, cosa que en los tiempos más actuales, en los últimos gritos de la moda y la educación está volviendo de nuevo a tener su importancia, ya no se trata tanto de enseñar a un niño, quién descubrió América – que al final, parece que no fue Colón – ni tampoco enseñarle quién hizo determinada obra – porqué después viene una revisión y nos demuestran que la cosa no fue así -, sino que hay que enseñarle al niño a oírse a sí mismo, a oír la naturaleza y a poder realizarse.

Ahora, para ello falta un ámbito que le permita esa actividad especial. Para poder educar según los clásicos, faltan medios que permitan hacerlo, medios no sólo estrictamente físicos, sino también medios psicológicos, medios mentales, hace falta que el Maestro o Pedagogo sea una persona normal, sea una persona sana, que el ambiente donde están los educandos, pueda reflejar completamente todo aquello de bueno y de puro que se quiere educir de ellos y que se los separe prudentemente de las antiguas generaciones, para que estas no proyecten sobre el nuevo ser humano todas sus desgracias, todas sus congojas.

Esto parece que tuviera algo de cierto o algo de realidad, porque vemos hoy mismo que los niños a veces están en una mesa comiendo con los padres y estos están discutiendo sobre el problema que no les alcanza el sueldo que ganan, problemas de celos, de amoríos o de lo que fuere, y cuando un niño pequeño escucha esto, al no participar plenamente, lo único que hace es frustrarse, entrar en un estado de frustración y en un estado de rebeldía – pero de “mala rebeldía” – y de rechazo a todo lo que sea el mundo, se engendran elementos en su subconsciente de rechazo y frustración hacia toda forma que él traía cuando él vino al mundo. De ahí que los antiguos prefirieran que los niños fuesen criados en jardines abiertos, alejados de la gente, que no tuviesen un contacto directo con los mayores, que durmiesen, incluso, completamente de los mayores y que solo fuesen conducidos por estos pedagogos.

¿Cómo podríamos resumir los tiempos o los momentos en que los antiguos pedagogos pensaban que se podía enseñar? Todos los antiguos pensaban y afirmaban que nunca es tarde ni nunca es temprano para poder aprender, que todos los hombres y todas las mujeres de alguna forma y manera pueden aprender en cualquier instante de su vida, pero que habría una cierta norma para el aprendizaje común.

El niño desde que nace – decíamos – está cinco años en este “gineceo” cercano a la madre, pues necesita del afecto y amor de la madre, cosa que fue muy ridiculizada por los pedagogos del S. XVIII, pero que hoy re-descubrimos que hay cierta verdad en ello. Cuando los clásicos afirmaban que los niños necesitaban del amor y cariño de una familia, del cariño de su madre sobre todo, estaban en la verdad. No tenemos que pensar que al niño o a cualquier persona que vaya a ser educada, hay que educarle solamente la mente, porque el hombre no solamente está hecho de mente, también hay que educar las emociones, también hay que educársele la parte física.

O sea, un hombre que tenga muy educada la mente, que sea muy inteligente, pero que carezca de corazón, ese hombre tarde o temprano va a ser un tirano de millones de personas o un tirano de su esposa, o de su madre o un tirano de sus hijos. Un hombre que tiene nada más educada la parte sentimental, pero que carece de una formación lógica que le permita apresar las ideas de una forma armónica, de alguna manera es un tonto y la vida lo va a superar. Si la parte física está arruinada se va a encontrar completamente constreñido.

De ahí que la educación del mundo clásico tenía estas vías, estas tres etapas, estas tres formas de lo físico, de lo psicológico y lo que podríamos llamar mente y la parte espiritual.

Existen entonces varios periodos. El primero es el “periodo del amor”, de unión con su propia madre de la cual no había que separarlo violentamente. Luego pasaba a lo que hoy podemos llamar la “edad del cuento”, el niño necesita de alguna manera que le cuenten cuentos. El niño nada más?. También los grandes necesitamos a veces que nos cuenten cuentos. Y a veces, cuando decimos: “la verdad y nada más que la verdad, a mi dígame la verdad”, no será porque estas verdades no nos afectan? El médico que generalmente dice la verdad a tantos enfermos, no tiene un poco de mentira piados cuando ve que el enfermo está bastante grave o cuando el enfermo es de su familia? ¿Hasta dónde estamos preparados para la verdad desnuda? La verdad desnuda es algo así como una llama de fuego que, a veces, más destruye que construye. Necesitamos entonces envolverla, portarla como una suerte de mango que impida que nos queme las manos; o sea, que la verdad nos dé luz y calor, pero que no nos destruya. Así, al niño no hay que presentarle ciertas realidades de la vida, según los clásicos, de una manera brutal y despiadada, sino que hay que dárselo de una manera simbólica y envuelta en una serie de imágenes y una serie de cuentos o narraciones que le permitan extraer enseñanzas. Vemos aun que ese gran libro al cual llamamos “El Libro”, la Biblia, contiene una serie de enseñanzas basadas en parábolas; y aun los que en el momento actual no obedecen tanto a la Biblia o no se basan en parábolas, reconocerán que es casi imprescindible utilizar las parábolas, para dar un ejemplo que nos permita, a través de ellas, tomar contacto de una manera directa. Muchas veces o que las parábolas no alcanzan a decir, lo puede decir un instante de silencio; muchas veces un cuento, una imagen cualquiera creada en este momento por el orador, por la que está escribiendo, por el poeta o el artista, sugiere mucho más que grandes textos.

A veces un artista con pocas pinceladas en una tela, logra sugerir, logra expresar algo que no podría hacerlo a través de miríadas de palabras.

Es necesario que ese niño,  según los clásicos, pueda asimilar una serie de realidades a través de esa edad del cuento, en donde lo fundamental era mostrarle toda la Naturaleza, como conformando un gran ser vivo, o sea, la teoría del Macrobios. Los antiguos no ensañaban que estábamos sobre una piedra en el Cosmos; los antiguos enseñaban a sus niños que formaban parte de una gran vida, de un Macrobios, que todo tenía vida, cosa que las actuales investigaciones en física atómica lo demuestran. Todo está vivo. Nuestra vieja terminología de hablar, de una química orgánica o de los seres vivos y una química inorgánica para los elementos sin vida, ya no existe, ya no tiene sentido, si se usa, se usa mal. Hoy sabemos perfectamente que en una piedra el movimiento molecular atómico es tan activo y tan vital como puede serlo en la sangre que corre por nuestras venas: o sea, que todas las cosas están vivas.

A los antiguos se les enseñaba eso también y los niños aprendían así la teoría del Macrobios – que luego va a desarrollar Marción en época romana – donde los árboles, los animales, las estrellas, las rocas, tenían diferentes formas de vida, y que los hombre tenían que ponerse en relación de respeto y semejanza con todo el resto de la Naturaleza viva. De ahí nace ese concepto mágico que tenían los antiguos y que hoy hemos perdido, el sentido mágico que creer que se puede estar en comunión con la Naturaleza, que se le puede dominar psicológicamente, que se pueden leer en la Naturaleza augurios y presagios, que, de alguna manera, el vuelo de los pájaros, la inclinación de las ramas o la caída de las piedras sobre una hoguera, pueden significar algo. Esta recomendación que se hacía, servía para el niño tomase contacto con el mundo circundante sin sentirse agredido por él, sin sentirse lastimado, sin verlo tampoco como algo extraño. Porque si veía un árbol tan vivo como él y pensaba que el árbol también tenía papá, que el árbol también iba a tener hijos, que también crecía y había sido niño, y se le enseñaba a plantar, por ejemplo, pequeños vegetales que él mismo veía crecer y debía cuidar y regar, él entendía, entonces, que el mundo circundante no era diferente a él, por lo tanto iba perdiendo el temor al mundo circundante.

Luego de esa edad del cuento en esa educación clásica, sobrevenía la “edad de la aventura”. Hay algo más también que es antiguo y que hemos olvidado; hoy afirmamos siempre que todo hombre tiene derecho a un pedazo de pan, tiene derecho a una manta, tiene derecho a una casa; eso es cierto, y hasta un animal tiene derecho a tener una cueva y tiene derecho a comer su comida; pero decían algo más lo antiguos y es que todo honre tiene derecho natural a tener un trozo de Honor y de hacer un poquito de Historia. Eso se olvidó, y se olvidó el sentido de la dignidad del ser humano; el ser humano, no se corrompe solamente porque le falten alimentos físicos, no se corrompe porque pase frío, el ser humano se corrompe, también, cuando carece del derecho de tener un poco de Gloria y un poco de Historia. Todo hombre y mujer necesitan a través de su vida, tener algo, algo en lo cual fijarse, tener un poco de Gloria, tener alguna satisfacción interior, poder decir: “Yo hice tal cosa, y lo hice bien”, y todos, necesitamos también haber trazado una pequeña línea en el libro de la Historia y poder decir: “Yo he aportado algo, yo hice algo”

Esta es una necesidad ingénita del hombre. La negación de esto trae, desgraciadamente, la destrucción psicológica del ser humano en sus aspectos más profundos. La falta de respeto por la dignidad humana, borra las características humanas y hace aparecer características prehistóricas completamente bestializantes.


Continuará…

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