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La Personalidad 2° Parte

La Personalidad

2° Parte

Para que la personalidad cumpla al máximo con su cometido de escudo, debe identificarse al máximo con el Yo Superior al que protege. Existen dos formas de identificación.

- Una identificación-espejo que se vuelca hacia el exterior y que refleja todo lo que del exterior le llega.

- Una identificación-imagen o reflejo, que se vuelca hacia el interior y refleja el propio Ser.


La identificación-espejo, no es más que una vía de escape ante la responsabilidad que supone la propia construcción. Se busca hacia afuera todo el material que puede servirnos para fabricar una falsa imagen de una personalidad no elaborada: se toma un poco de aquí y otro de allí; se copia un poco de unos y otro poco de otros; se asume algunas ideas de un costado, y otras del otro. Así, con cristales que resultan de distintas naturalezas y colores, se fabrica un espejo que sirve al mundo exterior, pero no al Yo Superior.


 Otro logro que debe cumplir la personalidad es la de la Unidad. Es tal vez uno de los más difíciles, por cuanto nuestros conocimientos nos permiten recordar que la personalidad está formada por cuatro componentes muy diferentes entre sí, con sus leyes, sus características y sus peculiares formas de expresión: el cuerpo, la vitalidad, las emociones y la mente.

Para imponer unidad dentro de esta variedad de principios, hace falta indudablemente “conciencia”, para armonizar las acciones de todos estos componentes humanos, en base a una finalidad común. El cuerpo físico, que es el elemento de manifestación más concreta en el mundo material y está compuesta por sus diferentes órganos, aparatos y sistemas, muy inteligentemente elaborados se rige más por el “instinto”, que es una ley que permite la supervivencia de la manifestación inconsciente. No existen “los bajos instintos”, pues tendríamos que hablar también de su contraparte, que serían los “altos instintos”. Lo que existe es una distorsión de los instintos por la mente trastocada y las emociones o pasiones confundidas, que interfieren en el instinto de manera egoísta e inapropiada.

La vitalidad, que constituye parte de la energía universal que da el aliento de vida a la manifestación, en donde radican las “sensaciones”, mientras que el tercer cuerpo, las emociones y las pasiones son diferentes a las sensaciones. Una emoción genera una pequeña desarmonía en nuestra psique, ya sea positiva y negativa, mientras que la pasión es mucho más intensa que la emoción y distorsiona, por lo general, negativamente la conducta del hombre, pero, la mente es la gran regidora por principio, ya que estamos hablando de una mente dual, basada en los pares de opuestos, en esta mente radican la razón, la lógica, el intelecto, más no la inteligencia (se considera que la razón y la lógica, así como el intelecto deben ser instrumentos de la inteligencia).

Por más intelectual que una persona sea o erudito no necesariamente podemos considerarla inteligente; ser intelectual no es igual a ser inteligente. A esta mente, como sabemos se le ha denominado en sánscrito “rúpica” o condicionada; menciona el conocimiento trascendente, que es “la gran destructora de lo real”, y citando a Elena Petrovna Blavatsky: “la mente es la gran destructora de lo real, destruya el discípulo a la destructora”, se refiere obviamente a esta mente dual, que tiende a confundirnos y en muchos casos, nos hace perder el sano juicio o el recto discernimiento.

Para imponer unidad dentro de esta variedad de principios, hace falta indudablemente “conciencia”, que armonice las acciones de todos estos componentes humanos, en base a una finalidad común. Así, entonces, la identidad de la personalidad con el propio Yo Superior, y la unidad en su diversidad, son logros de la evolución paulatina de la humanidad y su despertar conciencial.

Dijimos que “personalidad” es máscara y comparamos su cometido como el de un escudo. Si el escudo se realiza como tal; si cumple con su función de reflejar al Ser Superior que lleva dentro, es decir, de convertirse en una identificación-imagen, entonces, se ha plasmado la verdadera personalidad. Pero si se queda simplemente en una función de máscara que cubre, es decir, identificación-espejo, pero que no refleja, cabe el peligro de la falsa personalidad, y de las muchas máscaras que pueden asumirse según las circunstancias, sin arribar jamás a una autenticidad.

Pero si esta máscara fuese poca cobertura, suele producirse el fenómeno de la sobre-personalidad, que aun endurece más la distancia entre el Yo Superior, que necesita expresarse, y el mundo exterior en el cual debe manifestarse.

Entonces, no se manifiesta el “individuo” (lo indiviso, la unidad). Esta sobre-personalidad, a veces es el resultado de un intelectualismo, exceso de ilustración, culto a la razón, todo esto sin la intervención de la inteligencia, ni del conocimiento trascendente y así, con los años, nos aferramos cada vez más a lo que decimos “esa es mi forma de pensar, de actuar”.


Esto se da sobre todo por las experiencias en la vida que han sido mal interpretadas y que generan en nosotros una coraza protectora que con los años se hace cada vez más dura, cerrándose en falsos principios, falsas aceptaciones, falsas interpretaciones del mundo exterior y sobre todo no permite una elasticidad necesaria para seguir creciendo, “creemos que ya todo lo conocemos” y que “somos dueños de la verdad”, impidiéndonos aceptar nuevos conocimientos y mucho menos generar una transmutación alquímica interna, que se basaría en una destrucción del mundo de la sobre-personalidad, para la reconstrucción de un nuevo mundo (como diría Hermann Hesse: “para construir un mundo hay que destruir un mundo”), cuya característica sería la elasticidad y la disponibilidad de seguir aprendiendo contantemente y generando ajustes internos necesarios para permitirnos la ampliación de la conciencia y la manifestación del Ser Superior.

¿Qué es en sí ésta sobre-personalidad? Es el resultante de un conjunto de normas de conducta, hábitos morales, sociales, etc. que se pegan como lacras a la personalidad, sobrecargándola con principios que la distorsionan más, que conste de que hemos hablado de hábitos morales y sociales, es decir, de costumbres adquiridas sin conciencia de su utilidad, y hemos hablado de normas de conducta dictadas en gran parte por la ignorancia, que por el conocimiento del hombre.

Los hábitos de carácter religioso, el concurrir a reuniones y festejos “porque queda bien y todos van”; el derrochar el tiempo en necedades “porque eso es propio de los jóvenes” son algunos de los muchos ejemplos que podríamos mencionar como factores concurrentes a la formación de la sobre-personalidad.


Continuará…

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