La Inteligencia 2° Parte
Si
la inteligencia es una de las más altas cualidades del ser humano, por su
condición de virtud egóica, propia de la Tríada Inmortal, hay que reconocer que
es muy difícil poseer inteligencia en su más puro significado, y, en cambio, la
agudeza mental ha venido a reemplazar esta falta, la inteligencia no es
intelecto, porque el intelecto trabaja con el pensamiento; la inteligencia
tampoco es razón, pues la razón relaciona los pensamientos. Pero la razón (con
su herramienta del pensamiento), busca los medios para llegar a la inteligencia
por medio del intelecto. Es decir, sin ser ninguna de ambas cosas, la
inteligencia puede hacer uso del intelecto y de la razón. Sin embargo, no toda
razón conduce a la inteligencia.
Vivimos,
por falta de evolución en la etapa de la razón y no de la inteligencia. Vimos
que la razón, hábilmente conducida puede arribar a la inteligencia, pero no
toda razón lleva a la inteligencia.
Desgraciadamente, la razón que hoy impera es más lo que nos aleja que
nos conduce a la meta requerida. La inteligencia es simple, el pensamiento es
complejo. La Inteligencia es atemporal, hija de Uranos, y la razón es temporal,
hija de Cronos.
¿Cuáles
son las formas de razón que nos manejan?
En
primer lugar, vivimos en un mundo de opiniones, bajo un aspecto de lógica, no
pasan de ser un estado intermedio entre el conocimiento y la ignorancia, una
vez más citaremos a Platón cuando nos habla de la peligrosidad de este
intermedio que es la opinión, que, sin ser ignorancia total, tampoco es
sabiduría, y viste su mediocridad con razonamientos elaborados, pero falsos. La
ventaja de la razón-opinión es que crea modas, el hombre no trabajó por dentro,
el hombre sin inteligencia, adopta las modas en vez de buscar su Alma. Entonces
opina, cree que razona, y se aleja de la inteligencia. Otro factor contrario a
la Inteligencia es la logo fobia. Las palabras han perdido su valor, las musas
de la oratoria y de las letras yacen muertas para nuestro momento actual, las
palabras son herramientas sin alma, y no importa que ellas expresen verdades o
mentiras, ni que reflejen belleza o repugnancia. Las palabras se usan para todo
y por todos. Abundan libros, revistas, periódicos, pasquines y panfletos;
carteles y letreros: todas son palabras, tanto que ya no tienen sentido. Un ejemplo
claro y doloroso para nosotros es la necesidad que tenemos de “volver a
explicar” todos los conceptos que usamos ante nuestros oyentes y nuestros
discípulos, hay que explicar qué es la filosofía, qué es la magia, qué es
virtud, qué es psicología…hay que explicar por qué las palabras se han vaciado
de sentido, y lo mismo se escribe que se hablan con igual carencia de
profundidad.
La
razón de nuestro mundo premia las “cosas razonables”, aquellas que son
abstrusas, complejas, incomprensibles, pero que suenan a “cosa importante”, un
filósofo ya no puede expresarse con sencillas, un poeta no puede decir cosas
simples y bellas; un artista no puede pintar sin esculpir lo que ve, un músico
no puede armonizar los sonidos, todo ha de asumir una apariencia compleja e
intelectual; una madeja informe de palabras, sonidos, colores y formas.
Así
pues, mientras la mente inferior, ligada a las emociones, sea la que conduzca
al Yo, con apariencias de razón, jamás llegaremos a la inteligencia, la mente
nos arrastra con “sus mentiras racionales”. Nos propone cosas que sabemos
positivamente que no haremos, nos inyecta sueños para contentarnos, pero nos
impide realizarnos. Dejamos siempre para mañana lo que podemos hacer hoy…porque
sabemos que mañana tampoco lo haremos. Pero entre un mañana y otro a fuerza de
repetir las mismas mentiras, nos haremos la ilusión de la acción. Mentiremos
tan bien al juzgarnos a nosotros mismos, siempre asesorados por la mente
racional: a veces nos consideramos superiores a todo lo existente y a veces nos
creemos por debajo de los gusanos, pero no tenemos inteligencia para
conocernos.
Por
su parte las emociones no nos mienten menos: ellas nos obligan a “quedar bien
ante los demás”, por múltiples “razones”. Ellas nos obligan a “tener hijos”
porque “es razonable” contar con apoyos estratégicos, pero las emociones nos
mienten y nos obligan a mentir, y una vez más se nos obstaculiza el camino hacia
la inteligencia.
Para
remediar los males que venimos exponiendo proponemos, en cambio una serie de
pasos que permitan llegar a la inteligencia:
- la des-subjetivización, ello equivale a dejar de mirar el mundo desde nuestro interior, de manera perpetua. No todo lo que sucede se refiere a nosotros, ni los planetas giran para causarnos agrado. Es cierto que el antropocentrismo es una característica propia del ser humano, pero como todas las cosas llevadas a sus extremos, se torna pernicioso. Hay que aprender a mirarse “objetivamente por dentro”, analizar las emociones, pensamiento, etc. poco a poco, hasta llegar a trabajar con uno mismo como si se tratase de un elemento del mundo exterior.
- lucha contra sentimientos negativos. Desgraciadamente son muchos los sentimientos de esta naturaleza que nos ocupan la mayor parte de nuestras vidas. Un par de ejemplos nos darán la muestra de su nefasta acción para el logro de la inteligencia. Un mal ejemplo es el mal humor, aquel que no puede explicarse, el que viene “porque sí” y se va de la misma manera dejando un reguero de reyertas e incomprensiones. ¿Por qué pues, permite que este mal humor se manifieste en nosotros?. Otro ejemplo es la constante actitud de crítica hacia los demás. Así como la excesiva subjetivización, fue señalada como negativa, otro tanto con el continuo buscar “la paja en el ojo ajeno”, encontrando malo todo lo que proviene de los demás, sea lo que sea. Estos sentimientos negativos anarquizan y desordenan la personalidad, tiñéndola por completo con una oscura coloración, ellos constituyen un tapón para las energías superiores que debemos reaccionar, entre las que se cuente, desde luego, la inteligencia.
La luz de la inteligencia no puede descender por un
laberinto enrevesado por una personalidad emotivamente negativa, eso la torna
opaca. Se requiere un paciente trabajo de orden y limpieza, como laborioso
jardinero, para liberar la maleza del camino del “discernimiento”.
- control de la imaginación, aunque este es un tema que merece explicación aparte es necesario tomar en cuenta el poder de descontrol que ejerce la imaginación, sobre todo cuando ella se apodera de la mente privándola de toda posibilidad de concentrarse en las realidades objetivas, y se trata precisamente de lograr la mayor objetividad posible, tanto con respecto a nosotros mismos, como con lo demás, para quitar escombros del camino de la inteligencia.
- si pudiésemos resumir los tres pasos anteriores en uno sólo, ese sería el control, el orden, la organización que se requiere en nuestros interior para las energías no se desperdicien. El control para ser efectivo debe venir de arriba hacia abajo y debe ordenar cada uno de los cuerpo de nuestra constitución según sus propias leyes y características. Evitando los entrecruzamientos de energía, suprimiendo el caos interior, escogiendo siempre lo superior por sobre lo inferior, en una palabra, controlando al Yo Animal en sus actitudes y pensamientos, se abrirá el canal que desemboca en la inteligencia, entonces habremos aprendido a discernir.
En
el plano de la inteligencia la complejidad del mundo del razonamiento, las
voces de la mente se acallan, las discusiones y opiniones se debilitan y en ese
incomprensible vacío de palabras, surge el verdadero conocimiento.
Al
decir de un viejo fragmento tibetano, “la inteligencia es una plenitud vacía
donde cada cosa se sabe, siempre que no piense en la cosa”
Este
artículo ha sido extraído de uno de los Manuales de Filosofía del Sr. Jorge
Angel Livraga Rizzi, quien posee cinco doctorados y varias especialidades.
Habiendo formado una Institución Cultural sin fines de lucro que está extendida
en más de cincuenta países del mundo. Él ha sido reconocido con el título
honorífico Gran Cruz de Paris, que en ese entonces (1991), sólo existían
diecisiete en el mundo.
Mi
agradecimiento personal al Dr. Jorge Angel Livraga por haber sido uno de mis
principales maestros durante diecisiete años aproximadamente.

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